domingo, 21 de marzo de 2010

El trofeo de la libertad. Por Rosa María Lozano Camacho.

Me dirigía hacia el buzón para recoger el correo, cuando al coger las cartas de su interior encontré una carta de mi hermana Sitabi, que me anunciaba la enfermedad de nuestro padre. Después de leer la carta decidí coger el primer vuelo que saliera hacia la India para poder reunirme con mi hermana y ayudarla. Dejé una nota a mi marido y me dirigí hacia el aeropuerto lo más rápido que pude. Una vez en el interior del avión recordé aquellos momentos en los que mi padre fue tan cruel conmigo, mi madre y mi hermana, y llegué a la conclusión de que en mi cabeza no se almacenaba ningún recuerdo bueno de mi padre, ya que su mente machista no le dejaba comportarse adecuadamente con ninguna mujer. Llegué a la India al atardecer y cogí un tren hacia mi barrio natal de Kalgaon- Thadi. Al llegar me llevé una sorpresa, ya que estéticamente el barrio no había cambiado mucho: su aspecto pobre y sus casas ruinosas me hicieron recordar muchísimas tardes de mi juventud. Tras callejear un poco llegué a la única casa azul del barrio, mi casa. Abrí la cortina que desempeñaba la función de puerta y allí encontré a mi hermana que estaba sentada en una pequeña silla. Me acerqué por la espalda y la abracé. Rápidamente ella se levantó y ambas nos fundimos en un cariñoso abrazo. No me esperaba, pero me invitó a sentarme y, aunque intentamos evitar el tema de mi juventud, no tuvimos más remedio que hablar de aquella conversación tabú para mí. Nos miramos y fui yo la que comenzó a recordar: Un doce de mayo caluroso, fue el día en que nací causando un grave problema para mi padre, ya que creía que sería un chico y no una chica el bebé que nacería. A los cinco días de nacer mis padres tuvieron una pequeña discusión, ya que mi padre echaba la culpa a mi madre de que yo fuera chica, y mi madre no soportaba que mi propio padre le faltara el respeto a su hija de cinco días y a mi hermana. Mi padre no quería hacerse cargo de mí, ni tampoco quería ponerme un nombre; pero mi madre se encargó totalmente de mí, y por eso decidió ponerme el nombre de mi abuela Asha. Con tan solo seis años sería la criada de mi tío y mi padre, pero mi madre, una mujer espectacular, nos llevaba lunes, miércoles y viernes a unas clases de danza árabe, donde lo pasábamos genial durante dos horas. Por supuesto, íbamos a escondidas de mi padre. Pero a los dieciséis años tuve una fuerte discusión con mi padre y decidí irme, me despedí de mi madre y me marché. Cogí el único autobús que unía el centro de la ciudad con mi barrio, y una vez que estuve en el centro de la ciudad caminé hasta la estación de tren, donde cogería un tren para llegar a la frontera del continente asiático con el continente europeo. Al llegar a mi destino me esperaban dos largos días sin comer y sin dormir para conseguir llegar al continente europeo, clandestinamente por supuesto. Y por fin conseguí llegar a un país europeo, Ucrania, donde haciendo autostop llegué hasta un aeropuerto y cogí el primer avión que salía. Y eso hice, cogí el avión que me llevó a Viena, donde reconstruiría mi vida fuera de la esclavitud, el machismo y las continuas faltas de respeto. Después de siete horas de avión llegué a Viena. Estaba un poco asustada, sin dinero, hambrienta y cansada. Estuve andando hasta que encontré un hostal barato, donde podría pasar la noche. Al día siguiente, muy temprano, me levanté y fui a buscar trabajo, aunque el idioma resultó un obstáculo. Hasta que después de tanto buscar me aceptaron para ser cocinera en un restaurante. Estuve un año en Viena. Había aprendido un poco el idioma y había conocido a un profesor de música de un colegio privado. Creí que sería el hombre de mi vida, pero no fue más que otro hombre con pensamientos machistas y con una gran afición a la bebida. Así que decidí irme de Viena, y tras mucho pensar decidí irme a Italia. Decidí vivir en barrios cercanos a la playa para que encontrar trabajo me resultara un poco más fácil, y ciertamente así fue. A los dos días, un capitán que buscaba tripulación para su barco me contrató como limpiadora, aunque no fue fácil, ya que no quería mujeres para su tripulación. A los dos días zarpó el barco “Roma” conmigo dentro, y no volvería a pisar tierra firme hasta pasado un mes. Me pasaba los días cocinando y fregando la cubierta, aunque era divertido pasar la noche con todos los pescadores, cantando y bailando sin parar. Había un pescador que me trataba con más amabilidad que lo demás, se llamaba Piero, y siempre que tenía tiempo libre me enseñaba el idioma o me gastaba bromas. Después de dos años y muchísimas anécdotas con los pescadores, decidí dejar mi puesto de trabajo y buscar algo mejor. Lo que yo no sabía es que Piero me buscaría para quedar y conquistarme cada vez más, hasta el punto de que actualmente es mi marido. Paradojas de la vida: ahora tengo que cuidar al hombre enfermo que no me aceptaba como hija, pero he conseguido la vida que quiero.

3 comentarios:

  1. No creo equivocarme si te digo que hasta el momento es la histora más bonita y mejor escrita. Enhorabuena.

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  2. Rosa, me encanta tu historia. Sobre todo eso de volver al pasado y recordar momentos vividos. Además el título va perfectamente con lo explicado. Muchas felicidades.

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  3. Está muy bien la verdad,yo ya he publicado otro.. ¡Ya lo vereis!

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